Por la Ruda de la Seda. De Bishkek a Xi'an.


-No te esperábamos hasta mañana.- me dijo un hombre embutido en su pijama de franela.
-Vaya, pues aquí estoy- le espeté.
Mi anfitrión bostezó y me hizo pasar. Di gracias a Dios, pues en esa larga y oscura noche la esperanza de dormir bajo un techo se había esfumado hacía más de dos horas, las que llevaba el taxista dando tumbos por la ciudad.
Me descalcé imitándole y le seguí sigilosa sobre las alfombras hasta una pequeña habitación. Un mujer en bata de flores vestía una cama, la mía, deseé. Con el dedo índice cerrándose la boca me mostró cuatro mochilas a los pies de unas literas y cuatro bultos más que dormían.
Descansé lo que me quedaba de noche hasta que un coro de parloteos y de risas me despertó. Espié por la ventana y conté, al menos, veinte personas sentadas a una mesa larga. Diez más holgazaneaban en el pequeño jardín. No me lo podía creer... ¿Treinta viajeros en Bishkek y en la misma casa? Salí afuera, impaciente por conocerlos. Las estirpes más atrevidas de cada país parecían darse cita en casa de Gulnara. Unos recorrían Asia en bicicleta en una travesía de casi dos años, otros esperaban un visado para Kazajastán, Uzbekistán, Tadjikistán o Pakistán. Los más deportistas llevaban meses trekkeando por las montañas de Kirguistán y aún quedaban los que viajaban por los caminos de la Ruta de la Seda, entre los que me hallaba.
Desde Bishkek, iba a seguir los pasos de las antiguas caravanas cruzando el mítico paso del Irkeshtam en dirección a China. Bordearía el temible desierto del Taklamakan para llegar a las abruptas estribaciones del Himalaya que dan cobijo al Tíbet exterior y seguiría por el corredor de Hexi hasta Xi’an, el punto de partida de la más antigua ruta comercial, un itinerario que unió los imperios chino y romano.


Foto: Guesthouse Nomad's Home, Bishkek.

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