Por la Ruta de los Himalayas. Lago Kecheopalri



Ñic, ñec.
La mano de Pravah empuja suavemente el primer molinillo de oración, después el segundo, y uno detrás de otro avanza por la pasarela de madera que se adentra sobre el lago Kecheopalri. La Salila, su mujer, se quita los zapatos y le sigue. Gira los molinillos con cuidado, aprovechando la inercia que aún llevan. El sari amarillo le resbala sobre los cabellos oscuros, se lo arregla. Tilín. Son las finas pulseras. Detrás, les sigue el hijo. Bajito y regordete, se sube los pantalones –vaqueros de corte clásico, como el padre- hasta más arriba del talle. Le veo contento. De un brinco, salta sobre la pasarela y gira el primer molinillo con entusiasmo. Psss! Le hace la madre. (vienen del estado de Bengala Occidental y están en Sikkim de vacaciones). Les sigo. Avanzo sobre las láminas de madera copiando sus movimientos y girando las pequeñas ruedas de oración, hasta el final. Allí, nos recostamos sobre la barandilla. Qué paz. Las aguas del lago sagrado se confunden con el azul intenso de un cielo raso. En las ribas, banderas de oración juegan con el viento. “Siempre está limpio” –me dice Pravah- “pues los pájaros se llevan las hojas secas cada mañana”.
Luego volvemos, girando la otra hilera de molinillos. Salila hace bailar su sari al caminar. El hijo la sigue con pequeños saltos, subiéndose de nuevo los pantalones con las dos manos. Pravah sonríe. Empujo suavemente los molinillos, que chirrían. Ñic, ñec.

Foto: Lago Kecheopalri.

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