Por la ruta de los Himalayas. La aldea de Pala


Había una vez un perrito que vivía en la aldea de Pala, en Sikkim. Era cojo de una pata, pero jugaba con los pájaros que picaban las flores tiernas y correteaba hacia la entrada de la aldea por si algún extranjero se animaba a visitarlos.

De vez en cuando subía alguno. Tan pronto le oía resoplar por la empinada montaña, el perrito corría a darle la bienvenida. Los visitantes, abrumados por la belleza del paisaje, le seguían instintivamente, caminando entre las pocas casas y saludando a los niños, hasta que llegaban a la casa de su dueño. Allí, el señor Pala les atendía amablemente, acomodándolos en las banquetas de madera y ofreciéndoles un té caliente como muestra de su hospitalidad. Entonces, el perrito volvía a la entrada de la aldea, a jugar con los pájaros y a esperar la llegada de algún otro extranjero.

Aquellos que se quedaban en el hostalillo del señor Pala, disfrutaban de unos platos que, siempre que son explicados, provocan en los oyentes una bocanada de saliva en la boca. Se cuenta entre los viajeros que, después del último festín, el señor Pala invita a sus huéspedes a chang, la cerveza local y la noche se alarga escuchando historias delante del fuego.

La aldea de Pala no sale en los mapas; tampoco en las guías de viaje. De hecho, ni siquiera se llama Pala. Pala era un joven tibetano que se exilió en la India y que vivió unos años en Dharamsala, donde fue cocinero de Su Santidad el XIV Dalai Lama del Tíbet. Ahora, el señor Pala vive en una aldea cerca del lago Kecheopalri y, de vez en cuando, recibe las visitas de los turistas que han oído hablar de su comida y de las célebres noches alrededor del fuego.

Foto: Gompa sobre el lago Kecheopalri, Pelling, Sikkim (India).

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